miércoles, 11 de marzo de 2015
EL JUEGO COMO APRENDIZAJE Y ENSEÑANZA
Educar a los niños a través del juego se ha de
considerar profundamente. El juego bien orientado es una fuente de grandes
provechos. El niño aprende porque el juego es el aprendizaje y los mejores
maestros han de ser los padres.
Como adultos tendemos a pensar que el juego de los
niños es algo demasiado infantil como para convertirlo en parte importante de
nuestra vida, y no es así. Para los niños, jugar es la actividad que lo abarca
todo en su vida: trabajo, entretenimiento, adquisición de experiencias, forma
de explorar el mundo que le rodea, etc. El niño no separa el trabajo del juego
y viceversa. Jugando el niño se pone en contacto con las cosas y aprende,
inconscientemente, su utilidad y sus cualidades.
Los estudios de la historia de los juegos demuestran
las funciones de la actividad lúcida de la infancia: biológicas, culturales,
educativas, etcétera. Los juegos marcan las etapas de crecimiento del ser
humano: infancia, adolescencia y edad adulta. Los niños no necesitan que nadie
les explique la importancia y la necesidad de jugar, la llevan dentro de ellos.
El tiempo para jugar es tiempo para aprender. El
niño necesita horas para sus creaciones y para que su fantasía le empuje a mil
experimentos positivos. Jugando, el niño siente la imperiosa necesidad de tener
compañía, porque el juego lleva consigo el espíritu de la sociabilidad.
Para ser verdaderamente educativo, el juego debe ser
variado y ofrecer problemas a resolver progresivamente más difíciles y más
interesantes. En el juego, se debe de convertir a los niños en protagonistas de
una acción heroica creada a medida de su imaginación maravillosa. Su
desbordante fantasía hará que amplíe lo jugado a puntos por nosotros
insospechados. El niño explora el mundo que le rodea. Realmente ha
de explorarlo si quiere llegar a ser un adulto con conocimientos. Los padres
han de ayudarle en su insaciable curiosidad y contestar a sus constantes
porqués.
Los niños, aunque tengan compañeros de juegos
reales, pueden albergar también uno o varios compañeros imaginarios. No será
raro ver a los niños hablar en tonos distintos de voz y tener una larga y
curiosa conversación consigo mismo, está jugando.
La óptica del niño sobre el juego es totalmente
distinta a la del adulto, ninguno de los motivos que mueven a éste a jugar
interviene en el juego del niño. Para educar jugando, hemos de ser capaces de hacer
propiedad e idea de los pequeños cualquier iniciativa u orientación que les
queramos dar, como si la idea hubiera surgido de ellos. Sus «inventos» les
encantan. Para el niño no existe una frontera claramente
definida entre el sueño y la realidad, entre el juego y la vida real. El
procura seleccionar, comprender e interpretar aquello que más le interesa.
Con experiencias logradas con el juego, el niño
puede aprender con vivacidad y sencillez las complejidades de causa y efecto.
Es muy importante que vaya conociendo una buena gama de juegos y materiales
para enriquecer mejor sus experiencias. Los niños no tienen las facilidades de
aprender que tienen los mayores al tener a su alcance el teatro la radio, la
lectura.
La imaginación que podemos desarrollar y educar en
los niños por medio del juego es la misma que el día de mañana utilizará para
proyectar edificios, diseñar piezas industriales o de decoración.
El niño, al jugar, imita, lo cual es un producto
secundario de la curiosidad. El pequeño sólo seleccionará para su realización,
al que capte su interés, en lo cual, su imaginación juega un gran papel. Y si
imita, le hemos de poner cosas buenas delante, empezando por nuestro
comportamiento.
Si los padres y educadores son capaces de observar a
su hijo teniendo en cuenta que el juego es su vida, empezarán a ver el juego de
una forma bien distinta a su creencia de que éste es pura diversión o una
enfermedad del propio hijo.
Jugar ha de ser divertido. Un juego educativo que
hayamos comprado, puede no ser divertido y, si no hay diversión, difícilmente
habrá aprendizaje. El niño sabe bien lo que le gusta y lo que no, y no le
convenceremos de lo contrario.
El juego le permite al pensamiento acciones
espontáneas y eficaces para enriquecer las estructuras que posee y hallar
nuevos caminos, nuevas respuestas, nuevas preguntas.
Un niño que necesita conocer el mundo desde sus
posibilidades, y un docente que necesita conocer al niño, tienen en el juego un
espacio que permite actos conjuntos, integradores. Este espacio favorece,
además, la vivencia y la reflexión.
Jugando, los niños aprenden las cualidades de las
cosas que maneja; ve cómo el papel se deshace en agua, cómo el carbón
ensucia, que las piedras son más duras que el pan, que el fuego quema, entre otros.
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